Hay personas que entienden y personas que no quieren entender.
Y luego están los haters.
Esos seres místicos que pueblan los confines del internete, rodeados por un halo de superioridad moral, afirmaciones rotundas y la verdad absoluta.
¿Cuál?
Da igual, es verdad y es absoluta.
Con los que entienden (y los que no entienden), se puede mantener un diálogo interesante y ambas partes sacarán algo bueno de la conversación.
Aunque esa conversación sea discutir sobre si es blanco o negro.
Aunque uno de los dos esté tremendamente equivocado (da igual cual).
Harán un esfuerzo, comprenderán lo que dice el otro y terminarán dándose la razón.
Con los que no quieren entender hay un problema: en su mente no suelen razonar el mensaje sobre el que se discute. Erres culpable de algo y por tanto no puedes tener razón.
Es gente que ha decidido que no les gustas. Puede ser por el color de tu pelo, porque sienten envidia de algo que creen saber de ti o porque un detalle de tu discurso encaja con uno de sus prejuicios.
Son gente a la que pones un ejemplo para explicarles cómo hacerse ricos y te critican el ejemplo, te corrigen el ejemplo o te dicen que has dicho que la del ejemplo era una mujer y que estás usando pronombres masculinos.
Y luego están los haters.
Uno de los pocos anglicismos que tengo aceptado en mi vocabulario.
«Odiadores» no me parece que tenga la fuerza de una buena jota.
Jjjjjeiters. Dilo en alto: JJJJEITERS.
Suena mejor, ¿verdad?
Contra ellos no tengo nada malo que decir. Bastante tienen con aguantarse a ellos mismos y tener que soportar ese odio constante por todos y todo lo que les rodea.
Leer a gente que odias para analizar su mensaje y odiarle más tiene que ser agotador.
El caso es que uno de esos jeiters me escribió el otro día criticando no sé qué de uno de mis cursos y a la respuesta que le di (creía que uno de los que no entendía se había levantado con el pie torcido) me contestó lo siguiente:
«Vaya emails largos que mandas y vaya respuestas cortas que das. Eres un gilipollas que se cree listo y no llega ni a paleto de pueblo»
No sé cómo supo que vivo en un pueblo, pero oye, lo clavó.
Y eso que no solo vivo en un pueblo, es que crecí en un pueblo.
Pueblos dormitorio que no tienen nada de rural, de bucólico o de todo eso en lo que piensas cuando alguien dice «me voy al pueblo», pero pueblos al fin y al cabo.
El caso es que las matemáticas son sencillas.
Escribir un correo de 700 palabras a 1.500 personas es algo eficiente: 1.050.000 palabras enviadas en un clic por el esfuerzo de 700.
Hacer un curso de 30.000 palabras para varios cientos de alumnos, también es eficiente. Mismas cuentas.
Pero escribir 1.050.000 palabras para adornar y engalanar todos los emails y comentarios que recibo cada semana sería perder el tiempo. Si se pueden responder en una frase, ¿para qué usar siete?
Y no te voy a engañar: si me caes bien a través de tu mensaje, te dedicaré más tiempo.
Si me insultas, me cuestionas o me criticas, no me voy a esforzar en mi respuesta.
De hecho, no te voy a responder.
Ahora dirás ¿qué narices tiene esto que ver con esto de montarte tu propia web?
Mucho.
¿Tanto?
Sí.
En una web tienes que dejar bien clarito para quién está dedicado lo que vendes, cuentas u ofreces.
Si lo haces, minimizarás la cantidad de gente enfadada, que no quiere entender o qque quiere odiarte que te lea y que quiera contactar contigo.
O mejor aún, que quede tan sumamente claro para quién está dedicada, que todos los odiadores del bando contrario se dediquen a seguirte para poder escribirte esas cosas tan bonitas que dicen los jaiters y que te animan la mañana.
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Te seré sincero: porque no tengo tiempo para contestarlos.
Mi tiempo está dedicado a las personas que me han dado el permiso de escribirles un email todos los días para que sus proyectos digitales (profesionales o personales) lleguen más lejos, a más gente y con mejores resultados.
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