Los jurados están de moda, es innegable.
Supongo que tiene algo que ver con el hecho de que este año ha habido un caso muy mediático circulando durante 7 semanas del que todos hemos oído hablar.
Sí, ya sabes, el de John Christopher Depp II. El pirata más famoso de la televisión.
Mucha gente, incluido yo, ha estado fascinada por un juicio que ha sido bizarro, sensacionalista y surrealista.
Todo el mundo ha hablado de Johnny, de su exmujer, de los abogados, de los testigos, de la jueza, de…, pero pocos han dedicado los pensamientos que se merecen esas 6 ó 7 personas que nunca salían en cámara.
Los 6 ó 7 que han decidido el futuro de este circo mediático.
Los jurados.
¿Te he contado alguna vez que yo también fui seleccionado como jurado popular?
Porque en España también hay, y se eligen igual que los pringados que están en una mesa electoral: por sorteo al que no puedes negarte.
Aunque yo creo que nunca más volverán a llamarme para cumplir con mi deber y obligación como ciudadano.
Te cuento.
Cuando me llegó el primer burofax (el de estar en la bolsa de jurados) me pareció una faena tremenda.
Cuando me llegó el segundo, citándome para un juicio concreto, di palmas con las orejas.
Odiaba mi trabajo, odiaba viajar y ser jurado me daba la excusa perfecta para no hacer ninguna de las dos cosas.
Aunque el pago fuera irrisorio y viniera especificado en pesetas (¡en pesetas!). Hablamos del año 2013, no del año 1993, ni el 2003 con el euro recién implantado.
El caso es que fui allí una mañana y me metieron en una sala con otros 15 ó 20 afortunados.
Varios días sin trabajar… ¡bien!
Total, que nos sentaron en el juzgado, nos explicaron las normas de cómo iba esto, nos dijeron que iba a ser un caso de asesinato y que nos entrevistarían uno a uno el abogado de la defensa y la fiscal del caso.
Cojonudo, solo faltaba ser encantador para que me escogieran como jurado.
Spoiler: me echaron casi antes de decir hola.
Cuando van a seleccionarte, ambas partes te hacen una serie de preguntas para ver si les vas a ayudar en el resultado que quieren obtener y, por lo que entendí, cada uno tiene un número determinado de strikes para echar a los jurados de los que se huelen problemas.
La pregunta que me hizo la fiscal fue la siguiente.
–¿Crees que se puede condenar a alguien solo porque admita haber cometido el crimen?
Mi respuesta: «Si no hay pruebas que lo respalden y solo es su palabra no».
–¿Ni siquiera si entra en comisaría llena de sangre y con el arma homicida?
A ver, troncapan, que hablas con un ingeniero. 1+1 son 2 porque hay una demostración extremadamente larga y compleja que lo demuestra. Si hasta para eso necesitas pruebas, ¿cómo no vas a necesitarlas para esto?
Esto no lo dije, pero como si lo hubiera hecho.
Imagínate que es un asesinato doméstico. El padre muere, el asesino es la hija y la madre que quiere y adora a su hija se embadurna en sangre, coge el cuchillo y se entrega para protegerla.
¿Solo por decir que lo ha matado ella es culpable?
Yo creo que no.
Respuesta: «Hombre, es que si no hay una sola prueba podría…»
–Recusamos al testigo.
El juez se ríe sin tapar el micrófono.
–¿El abogado de la defensa tiene alguna objeción?
–No señoría.
–Chavalote, puedes irte a tu casa, que no le gustas a la fiscal.
Y eso fueron mis cinco minutos de gloria como jurado.
Escucha.
Solo conseguí escaparme del trabajo 24 horas, pero conseguí algo mucho más importante por aquel juicio: no le hice perder el tiempo a nadie.
Vine, vidi, perdidi
Les transmití mi mensaje de forma tan clara que con una docena de palabras ambos abogados sabían que yo no era un buen jurado.
No como los 3 testigos anteriores a mí, que estuvieron un buen rato en ese toma y daca.
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