Conforme pasan los años de trabajar por cuenta propia, de crear contenido, diseñar webs y escribir ficción, más palpable es la experiencia y más duro es mirar hacia los orígenes. Unos orígenes necesarios, pilares básicos de tu aprendizaje, pero que sientan como una mancha en tu expediente.
O al menos así los veo yo.
Déjame que te cuente mi experiencia, de qué me avergüenzo, de qué no, para qué ha servido y, sobre todo, cómo enfoco esos primeros trabajos.
1. Mi primera web de prueba
Creo que todo webmaster guarda en su memoria cuál fue la primera web que construyó. Yo, como muchos de mi generación, aprendí a programar páginas web en HTML, sin CSS y con un poquito de PHP. Nada de cosas bonitas (ni funcionales). Tan solo un conjunto de cajas, cuadrados, rectángulos y soluciones que a día de hoy nos parecerían aberrantes.
Pero así era Internet a finales de los 90 y principios de los 2000.
Mi primera web, una de la que estoy orgulloso, fue una página sobre Bob Esponja. Una práctica para una asignatura en la que mi compañero y yo decidimos construir algo FEO y chillón. Cosas de los veinte, supongo.
Con ella aprendí la base del HTML, aprendí a crear un login PHP, a gestionar usuarios y, sobre todo, a configurar servidores Apache. Pero bonita, lo que se dice bonita, no fue la página.
¿Me avergüenzo?
No. Nadie me pagó por hacerla y la decisión de construir algo tan horroroso como lo que hicimos fue consciente. Así que mis expectativas y el resultado estuvieron y estarán siempre alineados: aprendí haciendo algo feo, porque yo solo quería aprender.
Tómate un respiro
Cada día mando un email que te enseña a explotar lo que llevas dentro para que vivas igual de satisfecho el lunes por la mañana que el viernes por la tarde:
2. Mi primera web live
No fue hasta más de 10 años después que «construí» mi primera web visible (más allá de un par de portales alojados en local). Digo construí y no construí, porque me limité a utilizar una plantilla muy sencillita de WordPress. Esa web, como puedes suponer, fue El Rincón de Cabal. Un rincón muy distinto de lo que es ahora, pero en esencia la misma web.

La primera versión fue fea, la segunda también… y la tercera y la cuarta. De hecho, la cuarta versión la construí usando una plantilla de ThemeForest (sí, no me lo recuerdes…). Una plantilla mastodóntica, llena de problemas y que me dio muchos más quebraderos de cabeza de los que me quitó.
Aprendí que esas plantillas son el mal encarnado, que ensucian una instalación (con cosas que aún hoy siguen molestándome) y que librarse de ellas es un infierno. Y aprendí mucho más: que mi HTML estaba oxidado, que el mundo se había movido a cosas tan alucinantes como son el CSS y el JS y que los usuarios nunca hacen lo que tú esperas que hagan.
¿Me avergüenzo?
Por supuesto que no. Esa web ha sido (y es) mi campo de pruebas. Con ella he puesto en práctica un montón de cosas que no me atrevería a hacer en otra web y que me han servido para evolucionar muchísimo.
Además, lo que he aprendido haciéndolo mal en cabaltc es lo que luego aplico bien en las demás páginas que hago.
3. Mi primera web para un cliente
Aquí llegamos al quid de la cuestión.
Dos son las páginas web que compiten por ser la primera por la que cobré un dinero (irrisorio, por cierto). Las dos me llegaron a la vez, aunque por mi falta de experiencia pospuse una aproximadamente seis meses.
Esa primera web la construí usando una plantilla fea, pagando por un soporte premium que no lo era y haciendo una migración de contenido que a día de hoy, con mis ojos SEO, haría que me estallase una arteria dentro del cerebro. La cerebral media, por ejemplo.
Agraciadamente, esa página web ya no existe. Dejó de hacerlo al poco de crearla (el dueño evolucionó radicalmente y borró su pasado online), pero a mí sí me queda en el recuerdo. Fue el trabajo de un novato, de alguien sin experiencia ni capacidad para ver que el diseño que estaba ofreciendo era…, eso, de novato.
La segunda, por desgracia, sigue viva. Ya no tiene el aspecto que tenía (demos gracias a su dueño por reformarla o, mejor dicho, por contratar a alguien para reformarla), pero sigue estando construida en la base que yo le di. Una base un tanto cutre, pero que con el lavado de cara que le han dado solo lo notamos los desarrolladores profesionales.
¿Me avergüenzo?
Por supuesto que sí. Doy gracias porque la primera web que hice ya no exista, aunque el hecho de que la segunda siga ahí y le hayan dado un lavado de cara tan sumamente adecuado, me hace recordar el mal trabajo que hice.
A nivel funcional ambas webs fueron correctas, la segunda con bastante complejidad técnica, por cierto. Mi mayor error fue la falta de gusto en el diseño, el no saber plasmar lo que la marca del cliente necesitaba.
Sí, está todo por escrito y ambos acordamos hacer lo que hice. De hecho, también me pidieron incluir algunas de las cosas que tan feas quedaron, pero no fue culpa suya, sino mía. No tuve la capacidad ni la visión de guiarles hacia lo que de verdad necesitaban. No disponía de las herramientas para hacerlo, porque no tenía experiencia.
4. ¿Es mala esta vergüenza?
En realidad, sentirse avergonzado por lo que, objetivamente, fue un trabajo cutre, demuestra una enorme madurez como profesional. Ahora tienes las herramientas, la visión y la capacidad de ver todos los fallos que cometiste.
Entiendes que muchas veces es parte de tu trabajo guiar al cliente hacia una solución que armonice con lo que requiere su marca (que no sus gustos) y que la parte estética es esencial en un proyecto digital. Y también, en muchos casos, que una visión externa de otro profesional del sector puede aportar mucha frescura al proyecto.
Tu yo de ahora es mucho más de lo que fue tu yo de entonces.
Aunque eso no quita que el anterior sigas siendo tú y que tu nombre aparecerá en ese proyecto hasta el fin de sus días (o hasta que convenzas al propietario para quitarlo).
5. ¿Cómo enfrentarse a esa vergüenza?
Durante mucho tiempo me plantee escribir a estas personas y ofrecerles un lavado de cara gratuito. Una especie de web gratis para potenciar mi propia imagen. ¿Qué menos que compensarles por ese trabajo?
Sin embargo, no podemos estar revisando, repasando y solucionando los errores del pasado. Si hiciéramos eso, trabajaríamos un día para nuevos clientes y doscientos para implementar lo nuevo que hemos aprendido en los clientes antiguos. Además, ellos contrataron algo muy bien explicado en un contrato y basado en unos modelos muy claros que aceptaron porque les gustaron. No puedes ir tú ahora a decirles «perdona, mira, es que creo que tu gusto era tan malo como el mío entonces y creo que debes cambiarlo todo para que yo no me avergüence».
Por mucho que se lo hagas gratis.
Eso sin contar que mi tiempo es muy limitado (más aún desde la mi**** del COVID, teniendo a mis hijos en casa todo el día) y que tengo muchas facturas (y grandes) que pagar. Los proyectos gratis los guardo para otras ocasiones. De hecho, acabo de terminar mi proyecto gratuito del año, así que…
Pero lo más importante es que tenemos que aceptar que ni somos, ni fuimos, ni seremos perfectos (ni al principio, ni en el medio, ni al final de nuestra carrera). Todos tenemos fallos, hacemos trabajos con errores, trabajos nuevos en los que no tenemos experiencia y aprendemos de ellos. Esas webs, para mí, son un recordatorio constante de lo que no debe hacerse. De cómo he ido aprendiendo para dejar de hacerlo y de otra cosa más importante, relacionada con el dinero, que te contaré en otro artículo.
6. ¿Cómo enfrentarte a tu primer cliente?
En línea con lo anterior, hay otro consejo muy importante que quiero darte antes de enfrentarte a tu primer cliente. Ya sea tu primer cliente en ese sector o el primer cliente que te pide algo que no has hecho nunca.
SE HONESTO. No mientas ni finjas una pericia ni una habilidad que no tienes, porque al final te estallará en la cara.
¿Qué hago yo cuando me encargan algo que no he hecho nunca? Les cuento mi experiencia, qué es lo que sí he hecho en esa línea y les digo que no he implementado nunca esa solución concreta. Les presupuesto unas horas según lo que creo que me costará y les propongo que vayamos a medias: me pagan la mitad de las horas y la otra mitad la asumo yo para aprender y probar cómo montar esa solución.
O las asumo yo directamente según el coste en tiempo que tengan o el beneficio que obtenga yo por aprender algo así.
El caso es establecer una relación de confianza desde el principio para que, llegado el momento de la vergüenza (que llegará), tu alma esté tranquila.
7. Extra: mi primer libro
Es posible que sepas que, además de SEO y desarrollador web, soy escritor. En concreto, he publicado dos antologías con más de 40 relatos y estoy a punto de publicar una novela.
Podría enfocar este mismo artículo desde el punto de vista de la escritura. De cómo mi inexperiencia me hizo confiar en gente que no debía y cometer errores que hoy harían que me sangrasen los ojos.
Pero te ahorraré los detalles para llegar a la conclusión.
Mi primer libro, La imaginación también muerde, es el libro que más dinero me ha dado a día de hoy. Fue número 1 en el top ventas general de Amazon, lo incluyeron en varias promociones y cientos, miles, de personas lo tienen en sus lectores de libros electrónicos.
¿Sabes qué hice con él cuando terminé de leer las correcciones de mi novela?
Primero intenté arreglarlo. Intenté corregir algo que escribí en 2014 con mis ojos de escritor de 2018. Y créeme, la evolución en 5 años de escritura constante, de correcciones profesionales y de buenos mentores, es enorme.
Cuando vi que aquello tenía varios errores de base, que estaba reescribiendo todos los relatos y que, en ocasiones, estaba rediseñando la trama y la estructura, decidí que no merecía la pena perder el tiempo. Ese libro fue importante allá por mis inicios, pero no marca lo que soy ahora. Escribo mucho mejor porque, aunque me falte muchísimo por aprender, he aprendido una barbaridad desde entonces.
Así que, por mucho dinero que me estuviera dando, retiré el libro del mercado. No quiero que alguien que me lea ahora se encuentre con esos relatos, ni que alguien me descubra a través de ellos.
8. Conclusión
Los primeros proyectos son siempre los más difíciles. Tenemos el empuje, tenemos las ganas, tenemos la formación, pero no tenemos lo que más importa: la experiencia.
Tienes que estar seguro de que darás lo mejor de ti, de que harás todo lo que esté en tus manos para que el proyecto sea un éxito; y también lo tienen que estar aquellos que te contratan. Es importante que no les crees unas falsas expectativas de lo que eres ni de lo que puedes hacer por ellos, para que si el día de mañana descubren algo mejor (o algo que está mal) no hablen mal de ti.
Porque en la confianza está la clave.
Por suerte para mí, mis clientes nunca me han echado en cara nada de lo que hice. Sabían perfectamente que eran mis primeras páginas web y que ellos iban a ser los conejillos de indias. También sabían, por qué no decirlo, que pagaban algo muy por debajo de su valor de mercado.
Sigo manteniendo muy buena relación con ellos y, en varios casos, les he remodelado la primera casa digital que les hice.
Ya te he dicho que quizá me avergüence del resultado final pero, ¿crees que me arrepiento de haberlo hecho? Para nada. Por algún sitio tiene que empezar cualquier emprendedor.
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