La técnica Pomodoro no sirve para nada.
Te enseño por qué (y al final te cuento cuál es la mejor alternativa para sacarle el máximo partido a tu tiempo).
El por qué es tan obvio, que no sé cómo ha sobrevivido tantos años
Y tú mismo vas a verlo enseguida
Ver episodio en YouTube
Escuchar episodio
Por qué la técnica Pomodoro NO funciona
En los años 80, al señor Francesco Cirillo se le ocurrió un sistema para mejorar nuestra gestión del tiempo.
Basó ese sistema en el típico temporizador de cocina con forma de tomate que había entonces y de ahí que lo llamase la técnica pomodoro, la técnica tomate.
Y durante muchos años se ha utilizado y recomendado como una de las técnicas más reconocidas de productividad. Tanto, que la mayoría de aplicaciones de control y medición del tiempo incluyen algo como esto:
Lo que pasa es que, aunque parece muy bonito sobre el papel, esta técnica es nefasta para los seres humanos.
No te lo cuento, te lo enseño.


Esto que tienes a mi izquierda es la forma que tiene mi calendario laboral un día cualquiera. Tres grandes bloques de trabajo y dos grandes bloques de descanso.
Y esto que tienes a mi derecha es la misma jornada laboral, pero aplicando la técnica Pomodoro a rajatabla.
¿Ves cuál es el problema?
Sobre el papel, ambas agendas trabajan lo mismo (7,5 horas) y descansan lo mismo (3,5 horas). Pero una lo hace en 3 bloques de trabajo y la otra lo hace en 18 bloques diferentes.
El cerebro humano, esa gran máquina orgánica, maravillosa y misteriosa, tiene muchísimas virtudes y también GRANDES limitaciones.
Dos de esas limitaciones son las responsables de que, en la práctica, ningún ser humano pueda ser productivo usando la técnica Pomodoro.
Tómate un respiro
Cada día mando un email que te enseña a explotar lo que llevas dentro para que vivas igual de satisfecho el lunes por la mañana que el viernes por la tarde:
El coste del cambio de actividad
La primera y más fácil de ver es que no somos ordenadores. Nuestro cerebro necesita un tiempo de adaptación cada vez que le pedimos que cambie de una tarea a otra.
Puedes hacer la prueba tú mismo. Ponte a trabajar en algo con el 100% de tu concentración y a mitad del proceso, trata de cambiar a una tarea diferente.
O mejor aún, haz una pausa forzada en mitad de la resolución de un problema, de redactar un informe o grabar un vídeo y, después de descansar durante 5 minutos, de olvidarte de lo que estabas haciendo, trata de recuperar el mismo ritmo que llevabas antes de parar.
Te costará un rato y, conforme el día avanza, te darás cuenta de que ni siquiera puedes reconectar con lo que estabas haciendo.
Porque la energía diaria de nuestro cerebro es limitada y se consume un poco cada vez que le pedimos que cambie de un foco a otro. Cuanto más grande sea ese salto (de trabajar en algo complejo a no hacer nada, y viceversa), mayor será el coste de energía.
Es más fácil y se avanza mucho más cuando trabajas tres horas seguidas en el mismo problema, que cuando trabajas tres horas sueltas.
Y es aquí donde entra el segundo problema:
Capacidad de concentración
Nuestra capacidad de concentración.
La Técnica Pomodoro podría ser interesante si fueras capaz de concentrarte con total profundidad a voluntad.
Que empiecen los 25 minutos del temporizador y tú ya estés a pleno rendimiento.
Que empiecen los 5 minutos de descanso y tú dejes atrás cualquier pensamiento o estrés relacionado con la tarea que estabas realizando.
Y así una y otra vez en 18 ocasiones cada día
Ambos sabemos que eso no funciona así.
Y no solo por nuestros factores internos: nuestra motivación, nuestra disciplina, nuestra capacidad de trabajo, nuestro descanso… Mil cosas que harán que, cada vez que tratemos de concentrarnos, nos sea más y más difícil.
Sino por todos los factores externos, que no dependen de nosotros, que no podemos controlar y que afectan a esa concentración.
Cuando tienes un horario tan fragmentado como este, cualquier fallo en cualquier factor que influya en tu capacidad de concentración y en tu capacidad de adaptación dará al traste con el esquema completo.
Fallar un pomodoro no parece muy grave, pero en realidad un fallo en la cadena alterará todo lo que suceda después.
Y esto hablando solo de nuestro propio cerebro.
¿Qué es lo que pasa cuando tienes tareas para las que necesitas mucho tiempo de preparación y ejecución?
Por ejemplo, para hacer este vídeo necesito un par de horas para preparar el guión y otra hora más para grabarlo. Lo más sencillo es hacer el guión por un lado (dos horas) y grabar por otro (una hora) pero, ¿cuánto tiempo tardarías si estuvieras parando cada 25 minutos y descansando 30 cada hora?
O los emails que escribo cada día para mi newsletter, que a veces me cuestan 15 minutos y otras 45. Según el método Pomodoro, debería dejarlos a medias y tratar de recuperar el hilo después.
O peor aún, ¿qué pasa con los tiempos de descanso?
En mi agenda, como ves, hay un gran hueco de aproximadamente una hora que dedico a hacer ejercicio.
Otra hora más para la comida y, sí, media horita para echar una cabezada.
Según el método Pomodoro, los descansos deben ser de 30 minutos cada hora. El ejercicio, directamente, no encaja con ese método y la comida se convertiría en una carrera a contrarreloj entre el despacho y la cocina.
Entonces, ¿cuál es el método adecuado?
El mensaje que quiero que te lleves de esta reflexión es que la rigidez a la hora de planificar y preparar las agendas no trae más que frustración y tiempo perdido.
Pretender trabajar como un robot que cambia de actividad, de foco y de estado mental como quien apaga y enciende un interruptor, no es factible.
Somos humanos, con cerebros humanos y capacidades humanas.
La Técnica Pomodoro no aprovecha ninguna de las fortalezas que tenemos y sufre con todas nuestras debilidades.
La solución es mucho más simple de lo que parece, aunque no sea fácil de implementar.
Consiste en lograr dos cosas.
La primera, es aumentar tus tiempos de concentración máxima. La cantidad de tiempo que eres capaz de dedicar a una misma tarea de forma ininterrumpida.
Si puedes aprovechar el empuje de tu cerebro durante dos horas seguidas, ¿por qué habrías de sacrificarlo, dividirlo y desgastarte aposta?
La segunda, consiste en organizar tu jornada de tal forma que puedas convertir esas debilidades que te comentaba antes (el coste de cambiar de actividad y la dificultad para concentrarte) en fortalezas de tu productividad.
¿Cómo? Minimizándolas lo máximo posible